griegos y romanos

jueves, 9 de diciembre de 2010

Carta a Prometeo

Prometeo ¡Te amo! me has cautivado. No he podido dejar de pensar en ti. Eres un ser valiente que aguantas un destino injusto con la frente en alto. Posees una gran sabiduría y creo que eso es lo que te hace tan seguro. Sólo La Fuerza podría arrestarte que no dominarte, además Zeus no se ha dado cuenta, mandó que purgaras tu arrojo a un lugar supuestamente alejado de todos. Para mí estás en el mejor sitio, ves hacia el cielo, levantas la cara y puedes con altivez recibir a quien vienen a persuadirte, a pedir que reconozcas un error. A este lugar también pueden acceder los que necesitan tu consejo, Io por ejemplo, llegó hasta ti afligida y perseguida por un tábano insidioso, molesto, muy molesto, mal que le envió Hera tan sólo por ser bonita y objeto del deseo de Zeus.
Haces muy bien en ayudar a los hombres, les has proporcionado un instrumento de sumo poder, el fuego les permitirá avanzar como sociedad. Los has sacado del estado infantil de indefensión dándoles una herramienta que les ayudará a crear grandes civilizaciones. ¡Oh Prometeo! no te olvidaste de nosotros, te estamos muy agradecidos.
Que te llamen insurgente es un halago, entre los dioses tienes simpatizantes, ya ves, Efesto estuvo muy afligido realizando su labor, hasta maldijo el don que se le confirió, pero pocos como tú llevan a la práctica sus convicciones, enséñanos además las matemáticas y la escritura, el valor y la determinación. Muéstranos con tu entereza como se puede ser grande.
Ya aprendimos de ti a domesticar a las bestias y, los barcos utilísimo transporte marítimo que nos has legado, nos ha sido de mucha ayuda tanto en la guerra como en el comercio.
También sabemos de ti que la memoria es la madre de todas las Musas y es la universal creadora de todo.
Ahora Prometeo tú que estás encadenado, rompe nuestras cadenas y libramos de este yugo de apatía y conformismo en el que vivimos. Necesitamos de un caudillo como tú, Prometeo. Vuélvenos a regalar el fuego que incendie nuestros corazones, ábrenos los ojos y otórganos la confianza y la sabiduría para comprender que los dioses no son infalibles y que podemos derrocarlos.

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